Maricón y Orgulloso: Cómo me Apropié de la Palabra que Atormentó mi Infancia
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Maricón. Es una palabra despectiva en español que yo, como la mayoría de los muchachos latinos homosexuales, conozco demasiado bien.
Cuando era niño, lo escuché en la calle. Lo escuché de personas que conocía. Incluso lo escuché en casa a través de la televisión en español. Cada vez que lo escuchaba, incluso cuando no me lo arrojaban directamente, me hacía sentir pequeño, avergonzado y menos que eso. Es una palabra de la que nunca podría deshacerme.
Al crecer, también me molestaba la otra palabra muy amiga de maricón, «faggot» (puto). También la llegué a escuchar muchas veces, pero principalmente en el patio de la escuela.
Estas palabras eran extra ruidosas y detestables, por lo que normalmente podía verlas venir y encontrar formas de evitar la línea de fuego. A diferencia de la palabra con M, sabía que Faggot, tenía pocas posibilidades de aparecer en mis espacios seguros o en medio de las telenovelas que veía con mi abuelita. La palabra maricón era sigilosa, y siempre se avecinaba, lista para exponerme, ridiculizarme o algo peor.
Durante mi tiempo en el clóset, la palabra maricón, se aseguró de que permaneciera encerrado en la oscuridad. Me mantuvo bajo su control, en estado de alerta y miserable. Se aseguró de que me castigaran cada vez que era demasiado expresivo, cada que jugaba con las Barbies de mi hermana o pasaba el tiempo con las chicas del barrio en lugar de los chicos. Peor aún, la palabra maricón amenazó con avisar a mis padres acerca de mi pequeño y sucio secreto.
Desconocido para mí, el bastardo también era un maestro bastante efectivo. Para cuando llegué a la universidad, todas sus lecciones habían sido completamente dominadas; obtuve las mejores calificaciones en las clases de «Sufrir en silencio para Principiantes» y en «Negar tu Propia Felicidad 1 y 2». Y la única persona que me lastimaba era yo mismo.
Esta guerra interna se prolongó durante varios años más, sin dejar de robarme la alegría, el amor y el romance.
Entonces, un día, en el punto de agotamiento por pelear repetidamente contra mi perseguidor, me rendí. Tomando una respiración profunda, regresé hacia mis padres nacidos en Cuba y simplemente les dije: «Soy gay». Exhalé por lo que se sintió como la primera vez en mi vida, solté un diluvio de lágrimas y colapsé en los amorosos brazos de mi madre. Había sobrevivido lo peor y había llegado al otro lado. Pensé que era libre.
Como la mayoría de la comunidad LGBT sabe, salir del clóset es un proceso continuo que se extiende mucho más allá del momento en que anuncias quién eres. Me tomó años reunir la fuerza para aceptar y revelar mi verdad, pero tomaría aún más años deshacer la vergüenza residual, la homofobia internalizada y los sentimientos generales de indignidad que provenían de ser intimidado por este insulto.
Incluso después de todo mi trabajo en las últimas dos décadas, viviendo mi mejor vida y siendo mi yo auténtico, me di cuenta de que todavía estaba sometido bajo la tiranía de mi captor, bajo la fuerza de esa palabra. Todavía podía escuchar esa voz que me ordenaba atenuar mi luz para que los demás se sintieran más cómodos. Todavía podía escuchar esa voz llamándome maricón.
Así que este año, finalmente dije ¡Ya basta!. ¡Ya no estaré bajo esta palabra opresora de mi infancia!. Ya basta con esta palabra de siete letras (y acento en la ‘o’) que continúa atrapándome como adulto. Ya basta de sentirme pequeño, avergonzado o menos que los demás.
Este año, sintiéndome más fuerte y orgulloso que nunca (el único efecto positivo de ser sometido a esta administración implacablemente vulgar, corrupta, atrasada y vehementemente anti-LGBT), decidí desenredar el control de esa palabra de una vez por todas.
Este año decidí reclamar la palabra por mi cuenta, apropiarme de ella y recuperar mi tiempo (gracias, tía Maxine) bajo su tormento. Este año ¡elegí estar de pie con mis calcetines de arcoiris y finalmente ser dueño de esa palabra y quitarle el poder de dominarme y hacerme sentir inferior!
Las palabras tienen poder, ¡pero yo también lo tengo!
¿Cuál es tu experiencia al escuchar la palabra ‘maricón’ o ‘put*’? Déjanos saber en los comentarios.